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martes, 7 de octubre de 2008

Profe! (Maravilloso testimonio de Claudia Drago)


Hace seis meses que no hacía clases -no es un gran período de tiempo sin duda- y, sin embargo, cuando escuché nuevamente que me dijeron profe! no pude evitar emocionarme…
No puedo dejar de pensar cuánto me gusta hacer clases, sea a niños, jóvenes o adultos, pero también no puedo olvidar cuánto me quejaba – y quizá, seguiré quejándome- del agotamiento, de la sensación de no tener claro el sentido de lo que hacía, de la vorágine de notas, libros de clase, uniformes y todo eso. Aunque creo que nunca me aburrí de los estudiantes, de compartir con ellos, de reírme con sus locuras e ingeniosas salidas, algunas veces me cansé de “pasar” materia, quién no? pero de la experiencia de ser junto a ellos y ellas jamás.

Hoy observaba a un practicante de futuro profe en medio del caos de una sala de clase rodeado de jóvenes gritones, desubicados y faltos de respeto, y no pude dejar de pensar que ¡maldita sea, tiene que gustarle esto a uno! sino sería un infierno, una tortura a fuego lento, eterna y mal pagada la mayor parte de las veces, desgastadora y agobiante…Y recordé cuántas veces yo fui como ese pobre futuro profe, en medio de un maremágnum de niños desordenados, avergonzada de mi escasa capacidad de “controlar” a un grupo de niños muchos años menores que yo, rogando a no sé quien que nunca pasara alguien por fuera de esa sala y viera tamaño desorden e impotencia…

Si tuviera que definir qué es para mi ser profe no sé por dónde empezaría…quizá lo primero que se me ocurre es decir que ser profe implica saber acerca de algo y tener las ganas y la imperiosa necesidad de compartirlo con otros; quizá diría que ser profe es tener las ganas y la voluntad de ser junto a otros, unos “otros” diferentes a uno en cuanto son más jóvenes, inexpertos y frágiles, y por lo tanto, plantearse desde una posición eminentemente asimétrica pero con un afán de construir o acercarse a la simetría en el proceso de ser y comunicarse con ellos. Creo humildemente que para empezar no se necesita mucho más, después uno va leyendo, aprendiendo de la práctica, del día a día, de los errores propios y ajenos, y sobre todo, va aprendiendo de los mismos estudiantes.

Quizá ser profe sea para mí algo inseparable de la experiencia de saberme y sentirme querida, de la radical aceptación de aquella que, sin calzar con las “expectativas tradicionales” y el orden imperante, pudo abrirse al mundo y construirse , con sus pocas virtudes y muchos defectos, porque hubo otros –mis profesoras- que lo hicieron posible…

Seguramente hay mucho de idealismo y mesianismo en creer, aún, que la educación puede hacer una diferencia, de hecho cuesta creerlo si nos detenemos en el nivel macro –Bourdieu, Illich, Coleman y otros mediante- pero pese a eso, no puedo dejar de pensar que a nivel micro si que puede hacerla…la verdad es que debo confesar que si no lo creyera (aunque varias veces lo he dudado), hace tiempo me hubiera dedicado a otra cosa o seguido el camino de Van Gogh…

No sé cuánto hay de porfía e ilusión en esta simple esperanza, pero lo que sí sé es que -a pesar de todo- vale la pena ser profe.

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