Alterados por la m4tem4t1c4
La combi llega, los chicos se alborotan. También llegan la matemática y alguien conocido: el periodista y docente Adrián Paenza, que grabará su programa en una escuela de Campana. La crónica de una escuela convertida en set de televisión.
Por Soledad Vallejos
El edificio parece un barco en altamar. Cada puerta tiene su claraboya; cada claraboya, su grupito de cuatro, cinco, seis chicos amontonados. Pero el mar no es de fondo y se agita por los pasillos. “Están alterados, lógicamente”, observa el director Gustavo Alvarez, sin notar que su descripción del clima que embarga al colegio refiere, también, el motivo. Es 2010. Durante uno de sus últimos días de clase, la única escuela técnica de Campana se vuelve estudio de televisión para participar de Alterados por Pi, el programa sobre matemáticas que conduce Adrián Paenza en el canal Encuentro. El episodio se verá recién con la transmisión de la nueva temporada, que empieza esta semana (ver aparte), pero hace olas aquí y ahora. Por eso el despliegue de cables es contundente y las luces apabullan. La grabación es parte del nuevo estilo del programa: en lugar de invitar alumnos a un estudio, el estudio se muda a las escuelas de los chicos.
Sólo el ok de los técnicos (casi nada) falta para que las cámaras empiecen a registrar distintos momentos del programa. El precalentamiento, si puede llamarse así a los juegos de pensamiento lógico, empezó hace rato, cuando la camioneta y un par de autos salieron de Buenos Aires, muy temprano en la mañana, para llegar a tiempo a esta escuela cercana a las vías. En el viaje, con los petates a cuestas, alguna cámara pequeña encendida, alguna carpeta sin papeles en blanco, el sueño se fue desvaneciendo a fuerza de ejercicios matemáticos. “¿Por qué no aprovechamos para hacer el del cambio en la casilla de peaje y lo grabamos?”, sugiere el director Ariel Hazan, para quien toda posible anécdota del trayecto es buena para registrar una pastilla del programa. Por ver la fila de autos y apiadarse de la cajera, Paenza logró disuadirlo, y enseguida otro entusiasmo, esta vez del “contenidista matemático” Pablo Milrud, copa la parada: “¿Y si hacemos el problema del loop de la potencia de 2?”. Todo lo críptico de la frase dura solamente hasta que las cámaras más pequeñas se encienden y Paenza toma lápiz y papel; nadie del equipo se sustrae a la magia de los números, mucho menos la productora, María Marta García Scarano, que, entusiasta como una niña, termina su intervención con “pensarlo así puede ser hermoso”. Todos juegan; todos siguen hablando de números cuando la pequeña cámara vuelve a apagarse. “Esto es lo que queremos demostrar a los chicos –dice un entusiasmado Paenza a esta cronista–: que no está todo cerrado, que hay cosas que no se saben.”
Los números mágicos
Lo que sí saben en la ciudad es que la televisión está al caer. Cuando la camioneta y los autos se detienen, en la puerta de la escuela aguardan autoridades del establecimiento, y desde las ventanas cientos de pares de ojos intentan no perder pisada. Hace ya semanas que los padres debieron firmar las autorizaciones para que los chicos participen de la grabación. Más o menos por el mismo tiempo, los medios locales anticiparon el evento: “¿Te gustaría asistir a una clase abierta de matemática con Adrián Paenza? (...) Alterados por Pi ofrece un panorama distinto sobre esta disciplina, más humano, divertido y cercano a la vida cotidiana. La serie plantea, sobre todo, que es posible y necesario aprender a disfrutar del camino, más allá de llegar a una solución”. Corren los técnicos con una cámara; con una planificación nada casual, un asistente abre la puerta de la camioneta, y desciende Paenza, quien se encamina rápido a saludar al director. Alvarez, el señor detrás de la sonrisa, estira la mano y dice: “Los chicos están alterados. Lógicamente”.
Es mediodía y alrededor del pizarrón cobijado del sol bajo un árbol hay algunas clases, más breves, que se graban afuera, aprovechando el rato en que se van los alumnos de la mañana y llegan los de la tarde. Chicas y chicos se amontonan cerca: quieren ver, quieren escuchar y estar, pero cuando Paenza pide que uno de ellos se acerque para resolver el problema que acaba de plantear todos enmudecen. “Ninguno se sienta menos si no se le ocurre cómo resolver algo”, anima el conductor. Chicos y chicas siguen cuchicheando y rehusándose a pasar. Otra insistencia; otros rumores y nadie se mueve del lugar. Alguien pega un empujón oportuno: pasa un chico; arriesga una respuesta; todos escuchan. “Es otra manera de pensarlo”, acota Paenza.
“Se publican todos los años dos mil problemas nuevos que no tienen solución.” La frase retumba en el patio cerrado del colegio. Más de 200 sillas no alcanzan para acomodar a todos los chicos, todas las chicas que cursan aquí, más hermanos menores, madres, padres, amigos del barrio, docentes: bastante más que la comunidad educativa del lugar se dio cita para el evento. Para explicar un juego que ejercita cálculos y probabilidades, algunos alumnos toman unas paletas que anuncian horarios; visten chalecos de colores. A la orden de Paenza, sale uno, otro, otro más: ponen en práctica las premisas de un problema descripto en el pizarrón (“si un micro sale a las 3.30 de Buenos Aires a Rosario...”). Como si hubiera mediado alguna orden, al silencio profundo de hace un rato se lo empieza a llevar un murmullo de a ratitos, un grito con una posible solución algunos segundos después.
El “algoritmo de Siracusa”, al cabo de un rato de empezar y cerrar pequeñas clases, pequeños fragmentos del programa, termina generando más aplausos que desconcierto, en especial luego de que Paenza insistiera en la incertidumbre que acompaña la matemática al recordar que “es un problema al que no se puede encontrar solución”. Por eso, insiste, “la matemática no es lo que nos contaron que era. Puede ser entretenida, divertida, seductora”. Por eso nadie se asombrará en unos momentos, cuando Paenza pida silencio a quien subió al escenario para resolver un problema que, al parecer, comprendió fácilmente. “No diga la solución, de manera tal que todos podamos disfrutar del problema.” Las palabras mágicas: el juego, la grabación, el clima efervescente se extenderán hasta la tarde.
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