El 11 de septiembre de 1973, Peter Higgs estaba en Aix-en-Provence, en una conferencia de la Sociedad Europea de Física. Al llegar el turno de un colega italiano, miembro del Partido Comunista, el auditorio se vio impactado por una transparencia en la que aparecía la bandera chilena cubierta de sangre, mientras el conferencista anunciaba lo que acababa de acontecer a miles de kilómetros. Sus palabras polarizaron a la audiencia. Recuerda Higgs: “Había unas cuantas personas que simpatizamos con su denuncia, pero recuerdo a un grupo de colegas alemanes sentados a mi lado que estaban indignados porque se introdujera un tema que consideraban político en una conferencia científica”.
El había seguido con gran interés la realidad chilena, en tiempos en los que “resultaba cada día más claro que alguien intentaría sacarse de encima a Allende, con una pequeña ayuda de los Estados Unidos, sobre todo por lo que estaba haciendo con la industria del cobre, que afectaba hasta la irritación a sus intereses. Recuerdo a un colega chileno, Igor Saavedra, avergonzado por haberme dicho, pocos días después del golpe, que él no creía que hubiera tortura en Chile”. Higgs participó luego en las actividades que se desarrollaban en Escocia, “al igual que en otros países europeos”, para ayudar a los refugiados chilenos, “gente que había sido lo suficientemente afortunada para abandonar el país”.
Sobre el final de la entrevista, vamos a la sala de café del Departamento de Física, acompañados por Alan Walker, físico de partículas experimental y persona de su confianza, a quien la flamante celebridad de Higgs ha convertido, en la práctica, en su asistente personal. En pocos minutos, Higgs se entera de media docena de invitaciones y propuestas llegadas en las últimas horas. Tras descartar la mayoría de ellas, culmina nuestra conversación del modo más desconcertante. El hombre que predijo la existencia de la partícula elemental más buscada, último ladrillo del Modelo Estándar, cuya detección demandó la construcción de una máquina de miles de millones de euros y el trabajo de miles de físicos e ingenieros, el hombre que está en la cuenta atrás para recibir el Nobel, acotó, con la mayor simpleza: “Perdón, me tengo que ir porque pierdo el autobús”.
(*) José Edelstein es profesor de física teórica de la Universidad de Santiago de Compostela.
1 comentario:
Muy interesante, que bueno pasar por acá, siempre aprendo algo nuevo y me entero de cosas fascinantes. Saludos desde El Salvador.
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